hospitalidad

La hospitalidad es la razón de ser de un hotel. Acoger al viajero y hacerle no sentir un extraño.

Desde tiempos inmemoriales existen nómadas, peregrinos, viajeros. Todos ellos necesitados de hacer un alto en el camino y recuperar fuerza, protegerse del frío, alimentarse o descansar. Y desde esos mismos tiempos existe la hospitalidad y las personas que la practican como si fueran la otra cara de la misma moneda.

Si viajar enriquece, ¿cuánto enriquece recibir y acoger a los que viajan?

El Camino de Santiago durante la Edad Media, fue un canal por el que se expandió el conocimiento y los nuevos conceptos artísticos a lo largo del sur de Europa. Los monasterios y hosterías fueron los lugares donde al final de las jornadas, se intercambiaba información y experiencias entre peregrinos y anfitriones.

El Camino ha sido el germen de la transmisión de la cultura.

Los desiertos de Arabia, con sus caravanas de beduinos recalando en los poblados donde se practicaba una hospitalidad llamada Majlis, fueron durante siglos una conexión entre Oriente y Occidente.

En Japón, a la hospitalidad la llamaron Omotenashi y lo elevaron al rango del arte. Predecir las necesidades del viajero y cubrirlas incluso antes de ser demandadas. Un placer en el que la intuición, la generosidad y la concentración convierten la hospitalidad en una filosofía de vida donde el protagonista es el ser humano que la da.

Más allá del mundo de los peregrinos y mercaderes, el turismo ha banalizado la naturaleza de los viajes, simplificándolos hasta convertirlos en un mapa donde clavar chinchetas sobre los países visitados o personalizando el muro de Instagram con fotografías infinitamente repetidas.

Y sin embargo siguen existiendo viajes interiores en los que el destino es uno mismo. Viajes para desaparecer por unos días del ambiente rutinario. Viajes para fundirse en un mundo natural donde desconectar. Sentirse peregrino al final de la jornada, o beduino al llegar al oasis, o huésped de un ryokan japonés donde descubrir el Omotenashi.

Torre Mayorazgo, quiere ser un hotel destino en el que los protagonistas sean la libertad, la falta de horarios, la diversidad y el respeto. Donde nazca un vínculo de afecto con los que nos visitan.

historia

Villatoro (Ávila) no es el centro del mundo.

No es Silicon Valley, ni la City de Londres, ni siquiera el puerto de Shangai. Aquí no se toman las decisiones que dirigen el mundo.

Y sin embargo, hubo un tiempo en el que en estas tierras se originó el mayor cambio social y cultural que ha conocido la humanidad junto con el llevado a cabo con anterioridad por el Imperio Romano.

El Reino de Castilla, durante la dinastía Trastámara (1369-1516) llevó a cabo una colosal obra política y social que desembocó en lo político en el mayor imperio que ha existido en el mundo y en lo cultural, El Renacimiento.

Nadie como Castilla contribuyó tanto para globalizar lengua, religión y cultura, en el mundo aislado y atomizado de la Edad Media.

Alfonso XI de Castilla fundó el Mayorazgo de Villatoro en el año 1328. Eran tiempos de Reconquista en los que el poder se asentaba creando estructuras feudales donde un Señor y sus colonos aseguraban la paz y el cumplimiento del orden legal.

Leonor de Guzmán, una de las mujeres más fascinantes de la historia de España, fue amante de Alfonso XI, con el que tuvo diez hijos. Nunca reclamó reemplazar a la esposa legítima por razones políticas y pese a estar situada en una esquina del tablero, consiguió situar a todos sus hijos, llegando uno de ellos a ser Rey.

Doniccetti en el Siglo XIX le dedicó una ópera llamada La Favorita.

Con Enrique II termina la dinastía de Borgoña y nace la de Trastámara que estuvo en el poder hasta que 150 años más tarde, Carlos I, de la Casa de Ausburgo, hereda el Imperio de España y del Sacro Imperio Romano Germánico.

150 años en los que Castilla, un pequeño reino cristiano del centro de la península ibérica, llega a ser la potencia política y cultural que da pie al Renacimiento con el que finaliza la Edad Media y se inicia una época de progreso mundial donde el poder feudal desaparece.

En la actualidad, existe una corriente revisionista mundial que pretende borrar la historia del Reino de Castilla sin que nadie salga en su defensa.

Se eliminan estatuas de Colón o se pintan las de Fray Junípero de la Serra, en beneficio de una justicia asimétrica que no trata a todos los protagonistas de la Historia por igual.

¿Por qué cuando se derriba una estatua de Colón, no se erige en el mismo lugar una de Isabel la Católica? ¿Acaso no fue ella la que mandó encarcelar a Colón por sus desmanes con los indígenas? ¿Acaso no fue ella la que liberó a los esclavos que había traído el genovés? ¿Acaso no fue ella la que en su testamento deja fijado su posición de defensa de los indígenas?

Y una vez fallecida Isabel, ¿acaso no fue bajo el reinado de Fernando, en Valladolid, donde se escribieron los primeros documentos que siglos más tarde se titularon con el nombre de Derechos Humanos? Largas jornadas de debate para esclarecer los límites del derecho del vendedor sobre el vencido.

Castilla nunca ha reclamado reconocimiento ni gloria por sus éxitos. Aquella dinastía que la hizo grande, ni siquiera tenía un lugar fijo de residencia. Siempre fue austera y cuando el reino se transformó en un imperio colosal, Castilla se diluyó dentro de él sin hacer ruido. Pese a albergar a la Corte, las riquezas que llegaron de aquellos mundos conquistados, pasaron de largo hacia Flandes e Italia y sin embargo Castilla seguía pagando con impuestos las guerras imperiales mientras se sumía en la pobreza.

Sin embargo, la Historia hubiera sido otra, si los Comuneros en su intento por controlar al Rey, hubieran podido imponerle la Ley Perpetua o Constitución de Ávila que escribieron en su catedral en verano de 1520.

Una ley que impedía ser derogada por el Rey y que le obligaba a estar sometido al control parlamentario en el ejercicio del poder. La primera constitución parlamentaria de la Historia. El primer texto donde se limita el control del rey por su pueblo. La causa de que Carlos I mandara quemar el original y después de ganar en Villalar, ejecutara a los cabecillas.

Y con ellos, el fin de aquel gran reino. Allí empieza la Historia de España, que también es nuestra Historia, pero es, otra historia.

Villatoro (Ávila) está situado en el corazón de aquel reino. El castillo que hoy alberga Torre Mayorazgo fue construido por orden de Alfonso XI, en él ha vivido Santa Teresa de Jesús en su juventud. Sobre él ha escrito Camilo José Cela en su libro, judíos, moros y cristianos. Ha sido testigo de muchos episodios de la historia. De las luchas comuneras, de la Armada Invencible, de la guerra de la Independencia y posteriormente del vaciamiento de la España interior.

Somos hijos de aquella gente austera que nunca atesoró fortunas y sin embargo tuvo la grandeza de cambiar el mundo, sacándolo de la barbarie.

vivir sin dejar rastro

En Torre Mayorazgo creemos que se puede disfrutar de la vida sin molestar a nuestros vecinos.

Al vecino humano que trabaja estas tierras para ganarse el sustento. Al vecino animal que vive en libertad y necesita un ecosistema virgen. Y al vecino futuro que aún no ha nacido y algún día querrá disfrutar del mismo paisaje.

Villatoro tiene unas Ordenanzas Municipales que datan de 1503.

Son ordenanzas que hoy definiríamos como ecologistas. Ordenan la época en que debe pastar el ganado, la forma de cortar leña en el bosque para calentarse en invierno, la caza y la explotación forestal para que sea sostenible.

La verdad es que durante 500 años se ha conseguido porque hoy el bosque sigue en pie y algunas de aquellas normas se siguen aplicando con naturalidad.

Ahora nos toca a nosotros asumir la responsabilidad.

Recibir viajeros requiere que nosotros también aceptemos el compromiso de no destruir lo que hemos encontrado. Debemos vivir sin dejar rastro para que generaciones futuras puedan también disfrutar del entorno.

No es nada grandioso. Otros anteriormente lo hicieron sin ni siquiera plantearse lo contrario.

Utilizamos aerotermia para calentar y enfriar las instalaciones. Compramos la electricidad de origen “verde” y algún día no lejano, la produciremos nosotros mismos con placas fotovoltaicas.

Nos abastecemos de alimentos “sensatos”. Es decir, siempre que podemos elegir, elegimos los más próximos y de temporada.

Hoy en día tenemos un pequeño huerto y un gallinero con 25 gallinas. Todo ello es insuficiente, pero nos marca el camino que queremos recorrer.

Las compras de alimentos son, en principio regionales. Si no puede ser, recurrimos al mercado nacional y en contadas ocasiones recurrimos al internacional.

No renunciamos a comer pescado o a utilizar especias de origen asiático pero tampoco hacemos viajar caprichosamente a los productos para consumirles en otro hemisferio de donde nacieron. Es un camino que queremos recorrer junto a los que nos visitan hasta que oferta y demanda acaben conviviendo de una forma natural.